¿Cómo puede la enseñanza de la historia cambiar el mundo en que vivimos?
En la parte final de las Recomendaciones de La Haya, dedicada a la elaboración de los planes de estudio, se anima a los Estados a que garanticen la enseñanza de la historia, la cultura y las tradiciones de sus minorías nacionales en los colegios. Desde 1992, la promoción de dicha enseñanza ha sido precisamente la misión de Joke van der Leeuw-Roord y de la organización que ha fundado, la Asociación Europea de Profesores de Historia (EUROCLIO).
¿Cuál es el objetivo de EUROCLIO?
EUROCLIO reúne a personas que se dedican a transmitir la historia y el patrimonio a las jóvenes generaciones. Nuestra labor se desarrolla en muchos países de Europa y de fuera de ella, especialmente en países que han sufrido tensiones interétnicas o recientes conflictos violentos. Creamos redes que se ocupan de fomentar un planteamiento integrador de la historia. En algunos países trabajamos principalmente con profesores de historia, en otros con representantes del mundo académico y de museos. En Bosnia y Herzegovina, por ejemplo, trabajamos con un grupo muy variado de personas, la mayoría de ellas historiadores profesionales que, al finalizar la guerra, eran jóvenes y compartían el deseo de evitar que el terrible pasado que vivieron se repitiera en el presente. Lo que más impresiona es la forma en que esos jóvenes han podido conciliar ese dolor personal con un enfoque profesional sólido.
Además de crear redes, ofrecemos oportunidades de desarrollo profesional y procuramos inculcar a los educadores el compromiso de seguir aprendiendo de por vida. En tercer lugar, tratamos la cuestión del material didáctico. Como profesores de historia nos preguntamos: ¿Cómo podemos enseñar la historia de manera responsable sin hacer demasiado hincapié en determinados aspectos y negar otros? ¿Cómo podemos hacer más atractivo el aprendizaje de la historia? Nuestro propósito es convertir la historia en una asignatura de la que los alumnos digan: “Esto me ha aportado algo para el resto de mi vida”.
¿Cómo empezó EUROCLIO?
En 1991 el Consejo de Europa organizó la primera reunión paneuropea sobre enseñanza de la historia tras la caída del Muro de Berlín. En aquel entonces yo era presidenta de la Asociación Holandesa de Profesores de Historia y mi gobierno me pidió que asistiera a esa reunión. La primera noche estuve sentada junto al Director de Educación del Consejo de Europa, se giró hacia mí y me dijo: “Sabe, hemos estado trabajando con los gobiernos durante tanto tiempo, desde finales de la década de 1940, y nuestros logros sobre el terreno han sido muy escasos. ¿Puede crear una organización que trabaje con las personas que realmente se encargan de la enseñanza de la historia?”. Crecí a la sombra de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría, y la caída del Muro de Berlín fue una experiencia personal muy importante para mí. Por eso la petición tuvo realmente un fuerte eco en mí, y pensé, de acuerdo, lo voy a intentar. En aquella misma conferencia empecé a hablar con la gente y a preguntarles: “¿Representa a alguna asociación?”. No hay que olvidar que en aquella época todavía no había Internet, por tanto se trataba realmente de recoger direcciones en trozos de papel. Sorprendentemente en un período de un año conseguimos que 17 organizaciones dijeran “sí, queremos colaborar”.
¿Qué nuevas ideas le ha aportado esta cooperación?
Ya en el primer año hubo un momento en el que aprendimos una importante lección. Al principio se trataba más bien de esa “pobre gente del este” y de cómo debíamos ayudarles a transmitir apropiadamente su historia. Pero más tarde comprendimos que no eran solo nuestros colegas de los países pertenecientes al antiguo bloque del este los que habían estado sujetos a prejuicios políticos. Nos dimos cuenta de ello cuando unos comunistas se dirigieron a uno de nuestros primeros miembros, el presidente de una organización belgo-flamenca, y le dijeron “en 1918 vivisteis aquellos grandes días revolucionarios”, a lo que él contestó “no, no es cierto”. Tres semanas después me llamó y me dijo: “Joke, es verdad, y nunca habíamos oído hablar de ello. ¡Es un capítulo de nuestra historia que se ha silenciado por completo!”.
Fue así como nos dimos cuenta de que, en realidad, todos actuamos en un marco político y de que en cada país, en cada comunidad, hay un esquema de prejuicios. Trabajar juntos nos ayudó a reconocer ese esquema y evitar que se abusara de él se convirtió en nuestro reto. El primer elemento de ese esquema es el orgullo. Todos estamos orgullosos de nuestra historia. Un ciudadano británico, por ejemplo, te diría que, en Gran Bretaña, estar orgulloso de la historia nacional es lo primero. El segundo elemento es el sentido de victimismo. Si eres un país como Estonia, eso será siempre lo primero que salga a relucir. Es decir que los dos primeros elementos dependen un poco del lugar que ocupe tu país en el amplio contexto histórico. El tercer elemento es que “todo el mal que les hemos hecho a otros se ha escondido siempre debajo de la alfombra; es un tema muy difícil de tratar”. Y el último es que “no nos incumbe nada que no esté relacionado con nuestra historia”. De manera que, si vives en los Países Bajos, no sabes nada sobre Noruega, ni tampoco sobre África, a no ser que haya alguna relación de tipo colonial.
¿A qué retos se ha tenido que enfrentar en la práctica?
Una de las dificultades con que nos hemos tropezado en casi todos los lugares ha sido encontrar la combinación perfecta de conocimientos especializados a la hora de poner en marcha un proyecto. Si preguntas por gente buena, te dan gente buena, pero… la dificultad empieza con el equilibrio de géneros. Muy a menudo, en una reunión de expertos, uno se encuentra con el problema de que hay solo hombres, mientras que en la enseñanza es bastante usual que haya solo mujeres. Además, en países con un fuerte sentido de independencia, como por ejemplo Georgia, Ucrania, Letonia y Estonia, te suelen dar un grupo titular que no representa a toda la población. En Letonia y Estonia, por ejemplo, gran parte de la población es rusoparlante y queremos que participen también. Pero al instante surge el problema del idioma. Por ejemplo, a finales de la década de 1990 teníamos un grupo de trabajo en Estonia que se negaban a hablar entre ellos en ruso. Así que se optó por buscar una persona de la comunidad rusoparlante que hablara inglés. Pero resultó que hablar bien inglés no implica necesariamente ser un buen profesor de historia. Al final, tras una fuerte resistencia emocional, el grupo fue capaz de anteponer la necesidad de trabajar con material de calidad al deseo de comunicarse en el idioma del país.
Atender las preferencias de los donantes ha sido otro reto al que nos hemos tenido que enfrentar. Muchos de nuestros proyectos se llevan a cabo en países del antiguo bloque del este porque es allí donde se dispone de financiación, aunque haya una importante labor por hacer también en Europa occidental, y eso es algo que en la actualidad es cada más que evidente. Los donantes no siempre ven las cosas en toda su perspectiva. Además las especificaciones de un proyecto requieren muchas veces que se incluya una determinada combinación de países, incluso en casos en los que, a nuestro parecer, convendría empezar con un proyecto local para incrementar primero los conocimientos básicos de la enseñanza de la historia y del patrimonio de los ciudadanos.
¿Cuáles han sido los mayores logros de EUROCLIO?
La verdadera fuerza de nuestra organización ha sido crear organizaciones de la sociedad civil: hoy en día contamos con más de 70 en 55 países diferentes. Hemos impartido capacitación a millares de colegas y muchos de ellos han acabado desempeñando puestos clave en sus sistemas políticos y educativos. Se han convertido en educadores, pensadores e historiadores que están realmente en condiciones de poner en tela de juicio la historia, mucho más allá de lo que se les enseñó en el colegio o en la universidad hace diez o veinte años.
La historia siempre es una cuestión de perspectiva. Especialmente en los Balcanes, las líneas fronterizas marcadas por los nacionalistas muchas veces se solapan. Siempre hay un momento en la historia en que podemos trazar una línea y decir: “Todo esto es nuestro”. Nuestra intención es que la gente reflexione sobre eso. Pero no se trata solamente de los Balcanes. Siempre se les retrata como los malos. La percepción alemana, belga o danesa de sus fronteras también ha variado, solo que no lo ha hecho en el mismo período de la historia. En Europa occidental concedemos gran importancia a no presentarnos como los países civilizados que se dedican a domar a los salvajes. Pensar así es demasiado primitivo.
Todavía nos queda mucho por investigar para poder ver las cosas desde el punto de vista de los demás. A los historiadores siempre les digo: Buscad áreas de investigación que sean importantes y que quizá no estén tan de moda. Lo que de verdad necesitamos son hechos sólidos. La historia es una interpretación, pero tiene que basarse en hechos.
Joke van der Leeuw-Roord, destacada experta en educación, metodología innovadora e historia transnacional, es fundadora y asesora especial de la Asociación Europea de Profesores de Historia (EUROCLIO).
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