Potenciar las capacidades económicas en Zhytomyr: Todo tipo de sombreros
“Me llamo Natalya. Crecí en la ciudad de Troshchyn y después me trasladé a Zhytomyr para estudiar en la escuela técnica. Ahora soy costurera de sombreros”.
Así se presenta la mujer más joven de las que trabajan en la empresa social de costura Barvysta, un proyecto respaldado por el Coordinador de Proyectos de la OSCE en Ucrania. Su presentación podría haber terminado con un tono más sombrío si hubiese decidido buscar su primer trabajo en el extranjero.
En la ciudad de Zytomyr, situada en el noroeste de Ucrania, no es fácil ganarse la vida. Zytomyr se encuentra entre las regiones de menor producción del país, salarios más bajos y menores posibilidades de trabajo (en 2015 ocupaba el puesto 22 de 25, según una encuesta pública sobre desarrollo socioeconómico[1]). Es una ciudad conocida por sus fábricas de costura, sin embargo tan solo un dos por ciento de los profesionales con titulación encuentran trabajo. Para los que no tienen experiencia práctica, las posibilidades son prácticamente nulas. No es de sorprender que muchos jóvenes se dediquen a mirar los anuncios de contratación de personal que se ven en las farolas para trabajar en el extranjero.
De acuerdo con las estadísticas de la Organización Internacional para las Migraciones, Polonia es uno de los destinos preferidos. Todas las costureras que hoy trabajan en la empresa de costura Barvysta (que en ucraniano significa “colorido”) habían fantaseado anteriormente con la idea de encontrar trabajo allí. Eso no quiere decir que la perspectiva de abandonar el país fuera realmente atractiva o que no fueran conscientes de los peligros: decepción, explotación o incluso trata de seres humanos. “Después de todo, Ucrania se porta mejor con nosotras”, dice Oksana, de 29 años. Pero de una manera u otra, todas ellas se habían visto empujadas hasta el límite y no veían la forma de quedarse en el país.
Para Oksana las cosas no empezaron mal. Nada más finalizar la escuela secundaria, su madre le consiguió un trabajo cosiendo camisetas, delantales y uniformes para niños. Pero tras una serie de trabajos decepcionantes, se quedó sin dinero, su salud empeoró y perdió toda ilusión. En el primer trabajo le pagaban por prenda. Cuando se acabaron los pedidos, dejó el trabajo. En el segundo, una fábrica de calzado, el pegamento dañó sus pulmones. Y el tercer trabajo, cosiendo ropa de cama para bebés, estaba pésimamente pagado. Ninguno de los tres trabajos merecía la pena. “En Zhytomyr todo el mundo trabaja en negro. En muchas fábricas te tratan como a un esclavo. Te pueden dar un pedido o no”, dice Oksana. Las cosas empeoraron porque además en su casa era víctima de la violencia doméstica. Pensó en irse a Polonia. De hecho, incluso llegó a presentarse en la oficina de contratación que hay en un centro comercial en el centro de la ciudad. “Me ofrecían un trabajo fijo en una fábrica de costura o quizás en una conservera”. Se habría marchado si hubiese tenido el dinero suficiente para pagar los honorarios que exigían por adelantado. Pero entonces vio un anuncio en Internet para trabajar en Barvytsa. No solo ofrecía un empleo, también alojamiento en condiciones seguras. Así que decidió quedarse.
Irina Babenko es la directora del Centro de Información y Consulta para Mujeres (WICC) que gestiona Barvysta. Es muy consciente de los riesgos que conlleva trabajar en el extranjero. En la página web del Centro aparece una lista de ellos, que van de mal a peor: endeudamiento, trabajo ilegal, confiscación de documentos, aislamiento del mundo exterior, chantaje, abusos físicos y mentales. Aun así, su larga experiencia (WICC ha estado ayudando a mujeres desamparadas desde el año 2000) le ha enseñado que muchas veces todas esas advertencias no sirven de disuasión. No hay riesgo que pueda compararse con la realidad en que se encuentran las personas que están en un callejón sin salida. Cambiar algo aquí y ahora puede resultar más efectivo: una mejora, por pequeña sea, de una situación que puede parecer insufrible puede traer consigo un cambio que permita seguir viviendo. Esta es la idea en la que se basa el proyecto Barvysta.
Barvysta empezó con unas pocas máquinas de coser viejas, que el Centro WICC tenía a mano, y con una idea: si los equipos se pudiesen almacenar y modernizar lo suficiente como para hacer posible una producción profesional, se podría empezar un pequeño taller comercial. El negocio podría ofrecer empleo a víctimas de la trata o a personas que puedan estar en peligro. Al mismo tiempo, los ingresos se podrían destinar a financiar otras actividades de WICC contra la trata.
El taller empezó a funcionar en agosto de 2015. Todavía es pequeño: de momento da trabajo a cinco mujeres. Pero a cada una ellas les ha proporcionado la excelente oportunidad de reencauzar sus vidas: acceder a un trabajo sin tener experiencia laboral anterior; recibir formación en nuevas habilidades más competitivas; un sueldo mensual; poder descansar de un entorno laboral abusivo. Hay una costurera supervisora que enseña a las empleadas las técnicas para coser camisetas y blusas, que son la primera línea de producción del taller. “Cuando empezamos a coser blusas, Aliona nos enseñó todo con tranquilidad, sin gritos, sin arrojar objetos. Es algo muy poco corriente”, dice Inna, una amiga de Oksana que conoce de un trabajo anterior.
Svetlana viene de más lejos que sus compañeras: es una desplazada interna de Donetsk. Para ella el trabajo en Barvysta ha supuesto no tener que irse de un lugar una vez más. Cuando estalló la guerra su marido se fue y se quedó sola con dos niños. Los envió a Zhytomyr para que vivieran con su tía. Sus padres también vinieron, después de que su padre consiguiera por muy poco escapar de una bomba que estalló en su mismo jardín. Svetlana decidió quedarse para cuidar de la casa y mantener su trabajo todo el tiempo que pudiese. Trabajaba de ingeniera de procesos para los ferrocarriles, desde hacía 15 años. En enero, se unió a su familia en Zhytomyr para empezar una nueva vida.
Encontrar un trabajo en los ferrocarriles resultó imposible: “Visité todas las empresas de la región, me hicieron pruebas, tuve entrevistas, pero no encontré ningún puesto. Está habiendo recortes; los ferrocarriles están pasando de ser una empresa pública a convertirse en una sociedad anónima”, nos cuenta. Seis meses después y sintiendo que ya no quería abusar más de la ayuda de su tía, se mudó con sus padres y sus hijos a un piso de dos habitaciones. Los niños iban al colegio. Seguía sin tener trabajo. ¿Cómo los iba a mantener? ¿Qué podía hacer? Pensó entonces en irse a Kiev. O a Polonia, donde tenía unos familiares que trabajaban en granjas avícolas. Al final fue su formación como costurera (durante sus estudios había trabajado medio año en una fábrica de costura) lo que la ayudó. Un cura, al que le había cosido algunas vestiduras, le presentó a WICC. Y en agosto empezó a trabajar para Barvysta.
“¿Qué significó Barvysta para mi? En primer lugar, es un trabajo. El sueldo es muy bajo en comparación con lo que ganaba antes, pero con las ayudas sociales que me dan por los niños podemos llegar a final de mes. Barvysta es más que eso: sus beneficios son también psicológicos. Todas las que trabajamos aquí tenemos destinos interesantes, experiencias difíciles. Nos apoyamos las unas a las otras, lo que es una gran ayuda. A medida que trabajamos de manera más profesional, el proceso de ventas se vuelve más eficaz y nuestros productos se venden, espero que nuestros sueldos aumenten también. Creo que hay muchas mentes brillantes que están trabajando en este proyecto y que podemos hacer que funcione”, nos explica Svetlana.
Las empresas sociales son también negocios y, como tales, tienen que ganar dinero. Pero su verdadero objetivo no es obtener beneficios, es cambiar la vida de las personas. Eso hace que sean complejas de gestionar, especialmente en Ucrania, donde hay pocas empresas de ese tipo y todavía se carece de leyes y normas adecuadas.
Ahí es donde la OSCE entra en juego. El Coordinador de Proyectos en Ucrania tiene experiencia en el ámbito de la habilitación económica y cuenta con los conocimientos de empresas sociales que se establecieron hace tiempo en otros Estados participantes y que ofrecen trabajo a personas discapacitadas. Al mismo tiempo, el equipo cuenta con muchos años de experiencia a la hora de prestar asistencia al gobierno y a ONG para prevenir la trata de seres humanos.
En 2014, el Coordinador de Proyectos inició un proyecto dedicado a adaptar el modelo de empresa social con el propósito de ayudar a personas que corren riesgo de ser víctimas de la trata. Con ello se presta asistencia a diversas ONG ucranianas que luchan contra la trata para que puedan hacer realidad las ideas de sus negocios: Barvysta es una de ellas. Además, el Coordinador se ocupa de defender la reforma legislativa en apoyo a las empresas sociales y ayudarles así a que sus actividades sean sostenibles. Las empresas sociales no tienen por qué sustituir a las empresas convencionales. Son instrumentos de intervención social. Las personas aprovechan de ellas lo que necesitan y, cuando se sienten más fuertes, siguen su camino. Pero es cierto que a veces lo que una persona más necesita es precisamente eso, tomarse su tiempo para seguir adelante.
Anna es la última mujer que ha llegado a Barvyista. Aunque en realidad es la segunda vez que está en WICC. Discapacitada de nacimiento, la vida de Anna ha sido una letanía de abusos. Pasó su infancia en orfanatos y centros de acogida en Kiev, soñando con tener algún día una familia. Una mujer se ofreció a hacer realidad su sueño, pero lo que hizo fue venderla a una red delictiva. Durante mucho tiempo, desprovista de documentación, estuvo mendigando por las calles de Kiev. Y un día, por iniciativa propia, se puso en contacto con la Organización Internacional para las Migraciones, que la envió a WICC en Zhytomyr para su rehabilitación. Se quedó allí cuatro años, viviendo en un albergue que mantiene WICC y aprendió conocimientos básicos de informática.
Pero en 2010 los fondos de WICC fueron recortados y parecía que el albergue tendría que cerrar. Anna se marchó de allí y se fue a vivir a casa de unos amigos, primero en Zhytomyr, después en Volodarsk-Volynsk, más tarde en Lugansk. En esta ciudad desapareció por completo durante años. WICC perdió su rastro en 2012. En noviembre de 2015, Babenko recibió una llamada de teléfono: “Irina Germanovna, ¡ayúdame!”. Provenía de Odessa.
Encontramos a Anna en la calle Deribassovskaya, hacía muchísimo frío, tenía las manos y las piernas al descubierto. Había caído en manos de traficantes que la habían obligado a mendigar en la calle de la mañana a la noche. De alguna manera había conseguido un móvil y pudo hacer una llamada en una de las pocas pausas que tenía para ir al baño. WICC movilizó sus contactos en Odessa que la sacaron inmediatamente de la calle y la metieron en el último autobús. Ahora ha vuelto a WICC y forma parte de Barvysta. “Nos va a ayudar con la publicidad, enviando información sobre la empresa y sobre la ropa que confeccionamos. Habrá trabajo para ella”, explica Babenko. “Pero primero tiene que recuperarse de todo lo que ha pasado”.
La historia de Anna da fe de la ventaja que suponen las empresas sociales frente a los programas sociales que dependen de la financiación de donantes. Las empresas sociales pueden ofrecer la sostenibilidad que es fundamental cuando el bienestar de las personas está en juego. La OSCE se dedica especialmente a ofrecer a Barvysta y otras empresas el apoyo que necesitan en términos de capacitación para crear proyectos empresariales sólidos a largo plazo.
La asistencia de la OSCE está presupuestada para cinco años, pero Barvysta no es un proyecto con fecha límite. Por primera vez en su vida, cuando le pregunta a Ana cuánto tiempo se va a quedar, contesta: “Quizás para siempre”.
Para Oksana e Inna un mes y medio fue suficiente; ahora han cambiado de trabajo. “Había llegado el momento de empezar algo nuevo y puede ser que haya otras mujeres que necesiten más un lugar como Barvysta. Nos ayudaron a escribir nuestro currículum, hasta ahora no sabía cómo se hacía. Y nos llaman para preguntar cómo nos va”, cuenta Oksana.
Svetlana se ve en el futuro volviendo a Donetsk, pero no trabajando de ingeniera de ferrocarriles. El trabajo en Barvysta, más que una medida de urgencia, se está convirtiendo en una oportunidad para cambiar su carrera profesional. “Me sentía bien trabajando para los ferrocarriles, pero ahora me gusta coser y quiero seguir avanzando en esta área. También me interesa la confección de prendas”.
Natalya seguirá formándose como costurera de sombreros y gorros. Ya ha quedado con Barvysta en que les llevará sus diseños; y algún día abrirá su propia empresa. “Me dedicaré a hacer sombreros y gorros. Gorros para niños, sombreros para mujeres, para hombres… de todo tipo”.
El Coordinador de Proyectos de la OSCE en Ucrania pone en práctica el proyecto “Prevención de la trata de seres humanos en Ucrania potenciando las capacidades de personas vulnerables” mediante el apoyo financiero de los gobiernos de Canadá y Noruega. Su objetivo consiste en brindar nuevas oportunidades económicas a las víctimas de la trata y a grupos vulnerables, entre ellos las personas internamente desplazadas, y también reforzar las capacidades de las ONG para que presten sus servicios a las víctimas de la trata de un modo sostenible.
Este artículo se basa en información facilitada por Igor Sergeiev, Oficial nacional de proyectos, Coordinador de Proyectos de la OSCE en Ucrania. Nota: Los nombres de las empleadas de Barvysta se han cambiado para proteger su privacidad.
[1] Encuesta del Ministerio de Desarrollo Regional de Ucrania, publicada en octubre de 2015.
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